Faustina Kowalska

 "La mensajera de la Divina Misericorda" Ewa Czaczkowska

Ya en la primera aparición en Płock Jesús hizo a sor Faustina la promesa de que quien rinda culto al cuadro, que será pintado según sus indicaciones, no morirá, sino que será salvo. Don Ignacy Różycki, destacado teólogo polaco, profesor de teología dogmática que ha llevado a cabo un análisis completo de los contenidos de las apariciones de Jesús a sor Faustina, escribe que la segunda promesa, aunque no mencionada con claridad, resulta de la función del propio cuadro, que es «recipiente para sacar gracias» de la Misericordia Divina. Esto significa que puede obtener antes y en mayor grado «todas las gracias salvíficas y todos los bienes terrenos» aquel que dé muestra de una confianza inquebrantable en la Misericordia Divina rindiendo culto a esta imagen. Por supuesto «no es la imagen la que da la gracia, sino Jesús a través de esta imagen», que no tiene un poder intrínseco. Además de la confianza, Jesús dirá a Faustina en las siguientes apariciones que para obtener cualquier gracia es necesario obrar la misericordia con el prójimo. «Oí que Jesús dijo que en el Juicio Universal solo juzgará el mundo de misericordia, porque Dios es todo Misericordia. Y que quien obre la misericordia o la descuide ya se juzgará a sí mismo», dijo en cierta ocasión Faustina a sor Damiana Ziółek. (pág 110)

Jesús dijo a Faustina que quien acuda a la confesión y comulgue en la fiesta de la Divina Misericordia obtendrá «el perdón total de sus culpas y de sus penas» (D. 300).  Don Ignacy subraya que esto es teológicamente probable. Para que pueda ocurrir, sin embargo, hay que cumplir ciertas condiciones, que no son solo la confesión y la participación en la Eucaristía el Domingo de la Misericordia, sino también la confianza en Dios y el obrar la misericordia con el prójimo, o sea, aquello que constituye el fundamento de esta devoción. Era deseo de Jesús, escribe don Ignacy Rózycki, «que la fiesta de la Misericordia fuera para todo el mundo, y especialmente para los pecadores, un auxilio extraordinariamente eficaz, incomparablemente más eficaz que todas las demás formas de devoción a la Misericordia».(pág 111)

«Un día arranqué las rosas más bellas para decorar la habitación de cierta persona —escribió Faustina en el Diario—. Cuando me acerqué al zaguán, vi a Jesús de pie en dicho zaguán, y me preguntó gentilmente: Hija mía, ¿a quién llevas esas flores?». Faustina se quedó sin habla. «El silencio fue mi respuesta al Señor, pues en ese momento me di cuenta de que tenía un sutil apegamiento a esa persona que no había advertido antes. Jesús desapareció inmediatamente. En ese mismo instante tiré las flores al suelo y me fui delante del Santísimo Sacramento con el corazón lleno de agradecimiento por la gracia de haberme conocido a mí misma» (D. 71).

 Lo ocurrido en el zaguán demuestra que el principal director espiritual de Faustina era el mismo Jesús. Seguía velando por ella y ayudándole a purificar aquello que aún no había sido pasado por fuego durante la noche oscura de los sentidos que sufrió en el noviciado y después de los primeros votos en Cracovia. La purificaba de todo apego, incluso a la superiora de la congregación, le ayudaba a desprenderse de todo lo que aún había de terrenal en su corazón. Lo hacía para que su alma pudiera llegar a la total unión con Dios.(pág 112)

Por eso en 1933 en Vilna, aunque reconoció en Sopoćko al sacerdote que Jesús le había mostrado en dos visiones, le fue difícil decidirse. Al padre Andrasz ya lo conocía, la Virgen le había dicho que él era esa «ayuda visible», y la madre general le dio permiso para escribirle. Esta situación duró seguramente varias semanas. Solo abrió su alma al padre Sopoćko después de que Jesús le dirigiera estas amenazantes palabras: «Así como te comportes con tu confesor me comportaré Yo contigo. Si te escondes de él (…) también Yo me esconderé de ti y te quedarás sola» (D. 269), se abrió al padre Sopoćko. Esta situación demuestra que, aunque Faustina «reconocía la obediencia más absoluta y trataba por todos los medios de vivirla, en la práctica tenía dificultad en entregar los propios deseos y juicios a la voluntad de Dios. A nadie le resulta fácil desprenderse internamente incluso de los apegos y gustos más divinos. (pág 145)

Faustina, por su parte, veía los frutos de la dirección del padre Sopoćko. «Oh, qué enorme gracia es tener un director espiritual. Más rápido se avanza en la virtud, más claramente se conoce la voluntad de Dios, más fielmente se cumple, se va por un camino firme y seguro. El director sabe evitar las rocas contra las que podría estrellarme. Dios me ha dado esta gracia, aunque tarde, pero me alegro mucho de ella» (D. 331). Al mismo tiempo, más de una vez escribió en el Diario lo que le dijo Jesús: que Él mismo es quien dirige su alma, pero le habla también por medio de los labios de su confesor y director «terreno»: «Yo mismo soy tu director, lo fui, lo soy y lo seré; y porque me has pedido una ayuda visible, te lo he dado y Yo mismo lo he elegido antes de que me lo pidieras, porque mi causa lo exige. Debes saber que los errores que contra él cometes hieren mi corazón; guárdate especialmente de la voluntariedad, que hasta la cosa más menuda lleve el sello de la obediencia» (D. 362). (pag 146)

Cuanto más se iba convenciendo el padre Sopoćko de la veracidad de las vivencias espirituales de sor Faustina, tanto más la animaba a escribir. Lo siguió haciendo incluso cuando Faustina partió de Vilna. También el Señor la alentaba y la reprendía para que escribiera más sobre su misericordia y sobre la bondad de Dios. Faustina veía a Jesús revisando su diario, comprobando lo que escribía. La llamaba secretaria de la Divina Misericordia. «Eres secretaria de mi misericordia, te he elegido para este puesto en esta vida y en la otra» (D. 1605). Le decía también: «Hija mía, no vives para ti misma, sino para las almas, escribe para su bien. Sabes que los confesores te han confirmado ya tantas veces que mi voluntad es que escribas» (D. 895). (pág 148)

No hablaba de sus sufrimientos con las demás monjas, no se quejaba a las superioras, pero sí se los contaba a Jesús, su Esposo y mejor amigo. Él, por su parte, le decía: «Me eres más grata en tu sufrimiento. En tus sufrimientos físicos o morales —hija mía, no busques consuelo en las criaturas. Quiero que la fragancia de tus sufrimientos sea pura, sin mezcla alguna. Exijo que no solo te desprendas de las criaturas, sino también de ti misma» (D. 279). (pag 149)

Sor Faustina no guardaba rencores en su corazón. Con el tiempo aprendió lo que Jesús le exigía: sufrir las humillaciones en silencio y humildad y dar muestras de amor y misericordia a quienes les causaban disgustos. «La humillación es el pan de cada día — escribe—. Comprendo que la esposa ha de ataviarse con todo aquello que está referido a su Esposo, así pues, el vestido del desprecio que sufrió él tiene que cubrirme también a mí. En los momentos en que sufro mucho, trato de callar, pues no confío en mi lengua, que en esos instantes tiende a hablar de sí misma, cuando lo que ha de hacer es servirme para alabar a Dios» (D. 92). (pag 150)

Sor Justyna Gołofit recuerda cómo en Vilna, mientras trabajaba con Faustina en el invernadero, esta siempre le decía que se guardara todos los rencores y no se desquitara, pues «eso no es conforme con la caridad cristiana».(pág 151)

Faustina, por una gracia extraordinaria, penetraba los misterios del corazón del otro. Al instante sabía si una persona, o más bien su alma, agradaban o no a Dios. Se servía de este don para obrar la misericordia: rezaba por las personas que lo necesitaban, las corregía para que rectificaran y a otras les decía que eran agradables a Dios. (151)

Sor Justyna Gołofit: «Con frecuencia abría los ojos a nuestras alumnas cuando, viviendo en pecado mortal y sin confesarse de este, se acercaban a la Sagrada Comunión. Eso les causaba una fuerte impresión porque ¿cómo lo sabía? (…). Sus perspicaces ojos leían lo que se escondía en el fondo de mi alma, siempre adivinaban mis pecados y caídas. Recuerdo perfectamente cómo me decía a la cara cuándo había caído y en qué; ella sufría entonces enormemente por cómo me había atrevido a ofender al Señor y permanecer en la caída durante tanto tiempo y me repetía con frecuencia que nada duele tanto al Señor Jesús como la desconfianza. Me solía repetir que, aunque tuviera pecados como la escarlata, no debía dudar ni por un momento que Dios puede perdonarme. Entonces precisamente [es cuando hay que] arrojarse con la mayor confianza, como un niño a los pies del Señor, ofrecerle sus pecados y confiar en Él. Me decía con frecuencia que, cuando el alma después de caer tiene miedo de acercarse al Señor, le hace una herida terrible en su Corazón Santísimo, más le duele la desconfianza que los pecados más horribles. Me solía decir cuando me alejaba de Dios por largo tiempo: “Es cosa humana caer por debilidad, y diabólica permanecer en el pecado y dejarse vencer por la desconfianza”. Sus ojos leían lo que ocurría en el fondo de mi alma. Yo misma me cuidaba mucho de evitar su mirada, porque al momento me decía: ¿Cómo puede permitir, hermana, esta horrible brecha en su alma?». (151)

Aun así, aconsejó a su amiga, sor Justyna, y a las alumnas que repitieran con frecuencia la jaculatoria: «Jesús, en Ti confío» y una breve oración que Jesús le enseñó en 1933 en Varsovia: «Oh, Sangre y Agua que brotaste del Sagrado Corazón de Jesús, como fuente de misericordia para nosotros, en Ti confío». (152)

en agosto de 1934, sor Faustina supo de la Virgen que iba a sufrir mucho a causa de esa imagen. Ya al día siguiente, el 12 de agosto, enfermó gravemente.

Sor Jolanta Woźniak: «A media tarde, alboroto en casa. Al parecer sor Faustina está completamente rígida; decía que se estaba muriendo y pidió que viniera el confesor». Llevaron a Faustina a la enfermería y llamaron a la doctora Helena Maciejewska y al padre Sopoćko.

Sor Leokadia Drzazga: «No se dio mucho crédito a su enfermedad, pero la doctora declaró que su estado era muy grave y la salvó a base de inyecciones. Fue entonces cuando el padre Sopoćko le dio la unción de enfermos».

Sor Faustina sufría una potente insolación. Faustina estaba moribunda. En el Diario escribió: «De repente me sentí mal, me faltaba la respiración, los ojos a oscuras, siento que los miembros me desfallecen, esta asfixia es horrible. Estos instantes de ahogo se alargan terriblemente… Me viene también un extraño miedo, a pesar de mi confianza (D. 321). (…) Al recibir los últimos sacramentos la mejora fue absoluta. Me quedé sola, duró una media hora, y de nuevo volvió a repetirse el ataque, pero ya no tan fuerte, pues el tratamiento médico lo impidió. Uní mis sufrimientos con los sufrimientos de Jesús y los ofrecí por mí y por la conversión de las almas que no acaban de creer en la bondad de Dios. De repente mi celda se llenó de figuras negras, llenas de maldad y odio hacia mí. Una de ellas dijo: Maldita seas tú y Ese que habita en ti, porque ya hasta en el infierno empiezas a atosigarnos. Yo solo recité: Y el Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros, y estas figuras desaparecieron de inmediato con estruendo» (D. 323).

María Tarnawska opina que este ataque de asfixia causó cambios en la vida espiritual y en la misión de Faustina. Jesús le dijo que la dejaría en la tierra porque, primero, aún no había cumplido su voluntad aquí abajo y, segundo, no estaba preparada para afrontar la muerte igual que Él: «Mientras moría en la Cruz, no pensaba en Mí, sino en los pobres pecadores, y oraba al Padre por ellos. Quiero que tus últimos momentos sean completamente iguales a los míos en la cruz (…). El amor puro comprende estas palabras, el amor carnal no las entenderá nunca» (D. 324). Sor Faustina aprendió la lección. (159)

Comprendió a través de la experiencia de la propia agonía que aún podía en esos instantes ofrecer a Dios una ofrenda por los pecadores. Hasta la fecha había rezado sobre todo por las ánimas del purgatorio. Desde ese momento comenzó a rezar más intensamente por los moribundos, para quienes es el último momento en el que pueden acudir a Dios pidiéndole misericordia. «La conciencia de que hay que apoyar con la oración más, y desde luego no menos, a los moribundos —ya que las ánimas que sufren en el purgatorio ya están salvadas, mientras que para los moribundos es la última oportunidad para conseguir la salvación— no la habíamos visto hasta ahora en Faustina. (p160) de un modo tan señalado. (…) Solo se perfilará en el período de Vilna», concluye María Tarnawska.

Durante otra visión, que seguramente tuvo lugar durante una Misa en noviembre de 1934, sor Faustina vio dos rayos que salían de la Santísima Hostia (…), uno rojo y otro pálido. Se reflejaban en cada una de las hermanas y las alumnas, pero no en todas por igual. En algunas apenas se veían los contornos» (D. 336). En otra ocasión anotó: «Una vez, por la tarde, cuando estaba entrando en mi celda, vi al Señor Jesús expuesto en la custodia, como si estuviera al aire libre. A los pies del Señor Jesús vi a mi confesor, y tras él a un gran número de clérigos (…); luego vi grandes multitudes imposibles de abarcar con la mirada. Vi que salían de la Hostia esos dos rayos que están en la imagen, muy unidos el uno al otro, pero sin mezclarse, y pasaron a manos de mi confesor, y luego a las de los sacerdotes, y de las manos de estos pasaron a las gentes, y volvieron a la Hostia» (D. 344).

Faustina tuvo más visiones de Cristo con el mismo aspecto que en la imagen o con los rayos que salían del Santísimo y se dispersaban por todo el mundo. En ellas, Jesús le indicaba claramente la relación entre la imagen en que se había aparecido a Faustina, y la Eucaristía como fuente de la Misericordia Divina.

Jesús también recordó a la religiosa ese otro deseo que le manifestó por vez primera durante la aparición en Płock —la institución de la fiesta de la Misericordia Divina—.  «Deseo que el primer domingo después de Pascua sea la fiesta de la Misericordia» (D. 299), oyó Faustina en Vilna en 1934. El Señor le aclaró: «Pide a mi siervo fiel que anuncie ese día a todo el mundo mi gran misericordia, que quien ese día acuda a la Fuente de la Vida obtendrá el perdón absoluto de las culpas y de las penas. No encontrará la humanidad la paz hasta que acuda con confianza a mi misericordia. (…) Proclama que la misericordia es el mayor atributo de Dios. Todas las obras de mis manos están coronadas por la misericordia» (D. 300-301). El mandato de anunciar y aclarar la esencia de la Misericordia Divina (p 161)

Faustina. Le dijo que la fiesta de la Misericordia ya existía. Se celebraba el segundo domingo después de Pentecostés y lo había constituido Pío IX en 1855. Por eso Faustina preguntó a Jesús por qué debe hablar al mundo de la fiesta de la Misericordia Divina si esta ya existe. «¿Quién de entre la gente ha oído hablar de ella? —escuchó por respuesta—. Nadie. E incluso quienes deben proclamarla y hablar a las gentes de esta misericordia a veces ellos mismo la desconocen; por eso deseo que esta imagen sea bendecida solemnemente y que se la venere públicamente para que todo el mundo pueda saber de ella» (D. 341), repitió Jesús. (p 161)

En el Sermón de la Montaña Jesús dice que solo los misericordiosos obtendrán misericordia («Benditos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia»). La misericordia ha sido, junto al amor, objeto de reflexión de los más grandes teólogos. Durante siglos hemos repetido con el Doctor Angélico que el amor quiere el bien para el prójimo, mientras que la misericordia desea eliminar el mal que lo aflige. «Entre todas las virtudes que hacen referencia al prójimo la más excelente es la misericordia, porque socorrer las deficiencias del otro, de por sí, es cosa mayor y mejor», escribió Tomás de Aquino. Juan Pablo II, en su encíclica Dives in misericordia, sobre Dios rico en misericordia, expuso esta cuestión de un modo algo distinto. En el obrar la misericordia no veía la eliminación de las faltas, sino el sacar el bien de debajo de las capas de mal, darle valor, elevarlo, devolverle su dignidad. Según este enfoque, la misericordia no contendría en sí la compasión. (p, 162)

Jesús definió claramente en Vilna la misión que había confiado a Faustina: «Tu tarea y obligación es implorar aquí en la tierra la misericordia para el mundo entero. No encontrará alma alguna justificación mientras no acuda con confianza a mi misericordia, y por eso el primer domingo después de Pascua ha de ser la fiesta de la Misericordia y los sacerdotes deben ese día hablar a las almas de esta gran e insondable misericordia mía» (D. 570). (p163)

El deseo de Jesús de que se expusiera el cuadro aún no había sido cumplido, igual que aún no existía la fiesta de la Divina Misericordia, pero ya en febrero de 1935 el Señor le manifestó a Faustina una nueva forma de culto: la difusión de la devoción a la Misericordia. También ligaba a esta forma de piedad promesas para la vida futura y para la temporal. «En la hora de la muerte, trataré según mi infinita misericordia a las almas que se refugien en ella y a aquellas que la hayan alabado y proclamado a los demás» (D. 379). En una aparición posterior, Jesús le dijo a sor Faustina que dichas personas gozarán de su protección ya en vida: «A las almas que propagan la devoción a mi misericordia las protejo durante toda su vida, como una madre cariñosa con su niño recién nacido: y en la hora de la muerte no seré para ellas Juez, sino Salvador misericordioso» (D. 1075). A los presbíteros que den sermones sobre la Misericordia Divina les prometió que serían especialmente eficaces al convertir a las almas: «Di a mis sacerdotes que los pecadores empedernidos se ablandarán al oír sus palabras cuando hablen de mi insondable misericordia, de la compasión que tengo para con ellos en mi Corazón» (D. 1521). (p. 164)

Por su parte, 

Faustina anotó que, cuando el padre Sopoćko comenzó a hablar, «el cuadro tomó vida y los rayos traspasaron los corazones de los que se habían congregado, pero no en igual grado, unos recibían más y otros menos… (…) Entonces escuché estas palabras: Tú eres testigo de mi misericordia, permanecerás por los siglos frente a mi altar como testigo vivo de mi misericordia» (D. 417). Durante el camino de vuelta al convento «toda una multitud de demonios» rodearon a Faustina. La amenazaron con terribles tormentos. « se oyeron unas voces: Nos ha quitado todo por lo que hemos trabajado durante tantos años. Cuando les pregunté: ¿de dónde habéis salido tantos?, esos personajes malignos me  respondieron: De los corazones de los hombres, no nos atormentes» (D. 418). Esta escena se repitió ese mismo día y en los siguientes: veía a Jesús como en la imagen, con los rayos de su Misericordia difundiéndose por todo el mundo. (p167)

Esta fiesta ha salido de las entrañas de mi misericordia y la confirman los abismos de mi compasión. Todo alma que cree y confía en mi misericordia, la alcanzará» (D. 420) —escribió sor Faustina. (p 167)

También le causó impresión lo que leyó en el Diario sobre la agonía del mariscal Piłsudski. Sor Faustina no dice de quién se trata, solo la fecha de su muerte —12 de mayo de 1935— pero por la descripción y por lo que relata el padre Sopoćko queda claro de quién se trata. Escribió la monja: «Entonces vi cierta alma que se estaba separando de su cuerpo en medio de grandes tormentos. Oh, Jesús, cuando lo escribo, todo mi ser se estremece a la vista de todas las atrocidades que testifican en su contra… Vi cómo salían de un abismo pantanoso las almas de niños pequeños y algo más grandes, de unos nueve años; estas almas eran repugnantes y nauseabundas, parecidas a los monstruos más horripilantes, a cadáveres en descomposición, pero estos cadáveres estaban vivos y atestiguaban en voz alta contra esa alma que veo en agonía; y el alma que veo agonizar es un alma que en el mundo había recibido muchos honores y los aplausos, cuyo fin son la vanidad y el pecado. Al final, salió una mujer que tenía como guardadas en un delantal sus lágrimas, y esta atestiguaba con fuerza contra él. Oh, hora fatal, en la que hay que ver los propios actos en toda su desnudez y [miseria]; no desaparecerá ni uno de ellos, nos acompañarán fielmente al juicio de Dios. No hay palabras ni comparaciones que expresen cosas tan terribles, y, aunque me parece que esa alma no está condenada, sus tormentos en nada se diferencian de los tormentos infernales, con la sola diferencia [de que] llegará un momento en que terminen» (D. 425-426). (p.169)

Mientras tanto, Jesús apremiaba a Faustina. Le decía: «[quiero] que la congregación sea fundada cuanto antes y tú vivirás en ella con tus compañeras. Mi espíritu será vuestra regla. (…) Por medio de la oración mediarás entre la tierra y el cielo» (D. 438). Y unos meses después, escuchó: «Tu fin y el de tus compañeras es unirse conmigo lo más estrechamente posible por el amor, reconciliarás la tierra con el cielo, amansarás la justa ira divina e implorarás la misericordia para el mundo» (D. 531). (pag 175)

El perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios es la madurez en la santidad, aquí no hay lugar a dudas. Recibir la luz de Dios, conocer lo que Dios exige de nosotros y no hacerlo es una gran ofensa a la majestad de Dios» (D. 666). (pag 176)

En junio de 1935, Faustina vivió de un modo místico cierto acontecimiento: le traspasó el corazón un rayo de color claro que salió de «esa claridad», como llamaba a Dios Trino. Ocurrió durante la Misa. Primero se le apareció Jesús, luego oyó unas palabras sobre su misión y, cuando llegó la hora de la Comunión, entonces Cristo, «de una belleza inenarrable», desapareció. De esa gran claridad salió un rayo claro, como una flecha, que le traspasó el corazón. «Un extraño fuego se encendió en mi alma; pensé que moría de gozo y felicidad; sentí que el cuerpo se separaba del alma, sentí una total inmersión en Dios». Faustina experimentaba un éxtasis místico: «temblando de felicidad en los brazos del Creador, sentí que Él me sostenía para que pudiera soportar la grandeza de esta felicidad y mirar su majestad. Ahora sé que, si antes no me hubiera fortalecido con su gracia, mi alma no habría soportado esta felicidad y en un instante me habría sobrevenido la muerte». (pág 176) «Terminó la s. Misa, no sé cuándo, pues no estaba en mi poder prestar atención [a lo que] ocurría en la capilla. Sin embargo, cuando volví en mí, sentí la fuerza y el coraje para cumplir la voluntad de Dios. Nada me parecía difícil y, del mismo modo que antes me excusaba ante el Señor, ahora siento la valentía y la fuerza del Señor que hay dentro de mí» (D. 439), Varios meses más tarde, en septiembre de 1935, en un acto de unión mística durante la Misa, comprendió, «más claramente que en cualquier otro momento del pasado, las Tres Personas Divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sin embargo, su esencia es una, como su igualdad y su majestad. (…) Cualquiera que esté unido a una de estas Tres Personas, por este mismo hecho está unido a toda la Santa Trinidad, porque su unidad es indivisible». Faustina subraya, igual que en muchos otros casos, que era incapaz de expresarlo con palabras, pero que «el alma lo comprende bien». Subraya también que lo vio no «con los ojos, como antaño», o sea, durante sus visiones, sino «en mi interior, de un modo puramente espiritual e independiente de los sentidos» (D. 472).

Era viernes, 13 de septiembre por la tarde. Faustina estaba en su celda cuando vio a un ángel que por orden de Dios debía castigar al mundo a causa de los pecados cometidos por los hombres. Rezó fervientemente, pidió que el castigo fuera aplazado, mas sin éxito. Solo cuando comenzó a rezar «con palabras escuchadas en mi interior» advirtió «la impotencia del ángel, que no podía cumplir el justo castigo» por los pecados (D. 475). «Nunca antes había rezado con tanta fuerza interior como entonces». Cuando a la mañana siguiente, 14 de septiembre, entró en la capilla del convento, oyó una voz dentro de sí: «Cuantas veces entres en la capilla, recita enseguida la oración que te enseñé ayer». Después de recitarla, escuchó: «esta oración es para aplacar mi ira». El Señor mandó a Faustina rezar esta nueva oración durante nueve días, instruyéndola exactamente en cómo recitarla con ayuda del rosario. Primero un padrenuestro, un avemaría y un credo, y luego siguiendo las cuentas grandes: «Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero». Con las cuentas pequeñas: «Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero», y al terminar tres veces «Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero» (D. 476).

Jesús ligó al rezo de la coronilla una promesa general y unas cuantas más relativas a la vida eterna y a la terrena. Quienes recen la coronilla y aquellos por quienes sea recitada obtendrán una misericordia especial a la hora de la muerte: «Aunque sea el pecador más empedernido, con que rece una sola vez esta coronilla obtendrá la gracia de mi infinita misericordia» (D. 687), le dijo a sor Faustina en septiembre de 1936, ya en Cracovia. El 12 de diciembre de ese año le aseguró de nuevo que dará la gracia de la conversión a la hora de la muerte a aquellos junto a quienes sea recitada esta oración: «Cuando rezan junto a un agonizante esta coronilla, se aplaca la ira divina y una misericordia insondable llena su alma y se conmueven las entrañas de mi Misericordia» (D. 811). Jesús también asoció al rezo de la coronilla otras gracias para la vida temporal. «A las almas que recen esta coronilla, mi Misericordia las arropará en esta vida» (D. 754), prometió en octubre de 1936, y en diciembre le confirmó: «Oh, ¡qué grandes mercedes concederé a las almas que recen esta coronilla!» (D. 848). También el 28 de enero de 1938: «A quienes recen esta coronilla me complazco en darles todo lo que me pidan» (D. 1541). Pero en mayo de ese año añadió que así será si la petición es conforme con la voluntad divina. Las condiciones básicas para el cumplimiento de estas promesas son la confianza en la Misericordia Divina, la perseverancia en la oración y las obras de misericordia. (p. 178)

El Señor mandó en muchas visiones a Faustina hablar al mundo de la Divina Misericordia y rezar la coronilla. «Es señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de la justicia» (D. 848), le dijo a Faustina el 25 de diciembre de 1936. Otra vez le mandó escribir: «Antes de que venga como justo Juez, vendré como Rey de misericordia. Antes de que llegue el día de la justicia, se les dará a las gentes esta señal en el cielo. Se apagará toda luz en el cielo y habrá una gran oscuridad en toda la tierra. Entonces aparecerá la señal de la cruz en el cielo y de los orificios donde fueron clavadas las manos y los pies del Salvador saldrán grandes luces que iluminarán la tierra durante un tiempo. Esto será poco antes del último día» (D. 83). (178)




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