Faustina Kowalska

"La mensajera de la Divina Misericorda" Ewa Czaczkowska

Faustina seguía teniendo por entonces momentos en los que, desanimada por un ambiente que no creía en sus revelaciones, quería desistir de aquello que Jesús le encargaba pues, juzgaba, era superior a sus fuerzas. Así ocurrió durante el período de probación, cuando trató de abandonar la idea de pintar el cuadro de Jesús pero —como advirtió— no servía de nada. Cierta vez fue al vecino convento de las Franciscanas de la Familia de María, a rezar delante del Santísimo expuesto. Durante su oración vio a  Jesús, que le dijo: «Has de saber que, si descuidas la cuestión de pintar este cuadro y de toda la obra de la misericordia, en el día del juicio responderás de un gran número de almas». Y sigue escribiendo Faustina: «Después de estas palabras del Señor, cierto temor y un temblor entraron en mi alma. No lograba tranquilizarme. Seguían resonando en mí estas palabras: sí, no solo de mí tendré que responder el día de los juicios de Dios, sino también de otras almas». Sacudida internamente, al volver a su convento entró en la capilla y dijo al Señor: «Haré todo lo que esté en mi mano, pero te pido que estés siempre conmigo y me des fuerza para cumplir tu santa Voluntad» (D. 154). Seguía rezando con fervor por un director espiritual que la comprendiera y guiara. (67)

Durante esa estancia en el convento varsoviano, Jesús dictó a Faustina una oración que debía ofrecer por los pecadores: «Oh, Sangre y Agua, que brotaste del Corazón de Jesús como fuente de Misericordia para nosotros, en Ti confío» (D. 187). Le anunció también que, cuando rezara esa oración «con corazón contrito y con fe por algún pecador» (D. 186), le daría la gracia de la conversión. (67)

Ya en la primera aparición en Płock Jesús hizo a sor Faustina la promesa de que quien rinda culto al cuadro, que será pintado según sus indicaciones, no morirá, sino que será salvo. Don Ignacy Różycki, destacado teólogo polaco, profesor de teología dogmática que ha llevado a cabo un análisis completo de los contenidos de las apariciones de Jesús a sor Faustina, escribe que la segunda promesa, aunque no mencionada con claridad, resulta de la función del propio cuadro, que es «recipiente para sacar gracias» de la Misericordia Divina. Esto significa que puede obtener antes y en mayor grado «todas las gracias salvíficas y todos los bienes terrenos» aquel que dé muestra de una confianza inquebrantable en la Misericordia Divina rindiendo culto a esta imagen. Por supuesto «no es la imagen la que da la gracia, sino Jesús a través de esta imagen», que no tiene un poder intrínseco. Además de la confianza, Jesús dirá a Faustina en las siguientes apariciones que para obtener cualquier gracia es necesario obrar la misericordia con el prójimo. «Oí que Jesús dijo que en el Juicio Universal solo juzgará el mundo de misericordia, porque Dios es todo Misericordia. Y que quien obre la misericordia o la descuide ya se juzgará a sí mismo», dijo en cierta ocasión Faustina a sor Damiana Ziółek. (pág 110)

Jesús dijo a Faustina que quien acuda a la confesión y comulgue en la fiesta de la Divina Misericordia obtendrá «el perdón total de sus culpas y de sus penas» (D. 300).  Don Ignacy subraya que esto es teológicamente probable. Para que pueda ocurrir, sin embargo, hay que cumplir ciertas condiciones, que no son solo la confesión y la participación en la Eucaristía el Domingo de la Misericordia, sino también la confianza en Dios y el obrar la misericordia con el prójimo, o sea, aquello que constituye el fundamento de esta devoción. Era deseo de Jesús, escribe don Ignacy Rózycki, «que la fiesta de la Misericordia fuera para todo el mundo, y especialmente para los pecadores, un auxilio extraordinariamente eficaz, incomparablemente más eficaz que todas las demás formas de devoción a la Misericordia».(pág 111)

«Un día arranqué las rosas más bellas para decorar la habitación de cierta persona —escribió Faustina en el Diario—. Cuando me acerqué al zaguán, vi a Jesús de pie en dicho zaguán, y me preguntó gentilmente: Hija mía, ¿a quién llevas esas flores?». Faustina se quedó sin habla. «El silencio fue mi respuesta al Señor, pues en ese momento me di cuenta de que tenía un sutil apegamiento a esa persona que no había advertido antes. Jesús desapareció inmediatamente. En ese mismo instante tiré las flores al suelo y me fui delante del Santísimo Sacramento con el corazón lleno de agradecimiento por la gracia de haberme conocido a mí misma» (D. 71).

 Lo ocurrido en el zaguán demuestra que el principal director espiritual de Faustina era el mismo Jesús. Seguía velando por ella y ayudándole a purificar aquello que aún no había sido pasado por fuego durante la noche oscura de los sentidos que sufrió en el noviciado y después de los primeros votos en Cracovia. La purificaba de todo apego, incluso a la superiora de la congregación, le ayudaba a desprenderse de todo lo que aún había de terrenal en su corazón. Lo hacía para que su alma pudiera llegar a la total unión con Dios.(pág 112)

Por eso en 1933 en Vilna, aunque reconoció en Sopoćko al sacerdote que Jesús le había mostrado en dos visiones, le fue difícil decidirse. Al padre Andrasz ya lo conocía, la Virgen le había dicho que él era esa «ayuda visible», y la madre general le dio permiso para escribirle. Esta situación duró seguramente varias semanas. Solo abrió su alma al padre Sopoćko después de que Jesús le dirigiera estas amenazantes palabras: «Así como te comportes con tu confesor me comportaré Yo contigo. Si te escondes de él (…) también Yo me esconderé de ti y te quedarás sola» (D. 269), se abrió al padre Sopoćko. Esta situación demuestra que, aunque Faustina «reconocía la obediencia más absoluta y trataba por todos los medios de vivirla, en la práctica tenía dificultad en entregar los propios deseos y juicios a la voluntad de Dios. A nadie le resulta fácil desprenderse internamente incluso de los apegos y gustos más divinos. (pág 145)

Faustina, por su parte, veía los frutos de la dirección del padre Sopoćko. «Oh, qué enorme gracia es tener un director espiritual. Más rápido se avanza en la virtud, más claramente se conoce la voluntad de Dios, más fielmente se cumple, se va por un camino firme y seguro. El director sabe evitar las rocas contra las que podría estrellarme. Dios me ha dado esta gracia, aunque tarde, pero me alegro mucho de ella» (D. 331). Al mismo tiempo, más de una vez escribió en el Diario lo que le dijo Jesús: que Él mismo es quien dirige su alma, pero le habla también por medio de los labios de su confesor y director «terreno»: «Yo mismo soy tu director, lo fui, lo soy y lo seré; y porque me has pedido una ayuda visible, te lo he dado y Yo mismo lo he elegido antes de que me lo pidieras, porque mi causa lo exige. Debes saber que los errores que contra él cometes hieren mi corazón; guárdate especialmente de la voluntariedad, que hasta la cosa más menuda lleve el sello de la obediencia» (D. 362). (pag 146)

Cuanto más se iba convenciendo el padre Sopoćko de la veracidad de las vivencias espirituales de sor Faustina, tanto más la animaba a escribir. Lo siguió haciendo incluso cuando Faustina partió de Vilna. También el Señor la alentaba y la reprendía para que escribiera más sobre su misericordia y sobre la bondad de Dios. Faustina veía a Jesús revisando su diario, comprobando lo que escribía. La llamaba secretaria de la Divina Misericordia. «Eres secretaria de mi misericordia, te he elegido para este puesto en esta vida y en la otra» (D. 1605). Le decía también: «Hija mía, no vives para ti misma, sino para las almas, escribe para su bien. Sabes que los confesores te han confirmado ya tantas veces que mi voluntad es que escribas» (D. 895). (pág 148)

No hablaba de sus sufrimientos con las demás monjas, no se quejaba a las superioras, pero sí se los contaba a Jesús, su Esposo y mejor amigo. Él, por su parte, le decía: «Me eres más grata en tu sufrimiento. En tus sufrimientos físicos o morales —hija mía, no busques consuelo en las criaturas. Quiero que la fragancia de tus sufrimientos sea pura, sin mezcla alguna. Exijo que no solo te desprendas de las criaturas, sino también de ti misma» (D. 279). (pag 149)

Sor Faustina no guardaba rencores en su corazón. Con el tiempo aprendió lo que Jesús le exigía: sufrir las humillaciones en silencio y humildad y dar muestras de amor y misericordia a quienes les causaban disgustos. «La humillación es el pan de cada día — escribe—. Comprendo que la esposa ha de ataviarse con todo aquello que está referido a su Esposo, así pues, el vestido del desprecio que sufrió él tiene que cubrirme también a mí. En los momentos en que sufro mucho, trato de callar, pues no confío en mi lengua, que en esos instantes tiende a hablar de sí misma, cuando lo que ha de hacer es servirme para alabar a Dios» (D. 92). (pag 150)

Sor Justyna Gołofit recuerda cómo en Vilna, mientras trabajaba con Faustina en el invernadero, esta siempre le decía que se guardara todos los rencores y no se desquitara, pues «eso no es conforme con la caridad cristiana».(pág 151)

Faustina, por una gracia extraordinaria, penetraba los misterios del corazón del otro. Al instante sabía si una persona, o más bien su alma, agradaban o no a Dios. Se servía de este don para obrar la misericordia: rezaba por las personas que lo necesitaban, las corregía para que rectificaran y a otras les decía que eran agradables a Dios. (151)

Sor Justyna Gołofit: «Con frecuencia abría los ojos a nuestras alumnas cuando, viviendo en pecado mortal y sin confesarse de este, se acercaban a la Sagrada Comunión. Eso les causaba una fuerte impresión porque ¿cómo lo sabía? (…). Sus perspicaces ojos leían lo que se escondía en el fondo de mi alma, siempre adivinaban mis pecados y caídas. Recuerdo perfectamente cómo me decía a la cara cuándo había caído y en qué; ella sufría entonces enormemente por cómo me había atrevido a ofender al Señor y permanecer en la caída durante tanto tiempo y me repetía con frecuencia que nada duele tanto al Señor Jesús como la desconfianza. Me solía repetir que, aunque tuviera pecados como la escarlata, no debía dudar ni por un momento que Dios puede perdonarme. Entonces precisamente [es cuando hay que] arrojarse con la mayor confianza, como un niño a los pies del Señor, ofrecerle sus pecados y confiar en Él. Me decía con frecuencia que, cuando el alma después de caer tiene miedo de acercarse al Señor, le hace una herida terrible en su Corazón Santísimo, más le duele la desconfianza que los pecados más horribles. Me solía decir cuando me alejaba de Dios por largo tiempo: “Es cosa humana caer por debilidad, y diabólica permanecer en el pecado y dejarse vencer por la desconfianza”. Sus ojos leían lo que ocurría en el fondo de mi alma. Yo misma me cuidaba mucho de evitar su mirada, porque al momento me decía: ¿Cómo puede permitir, hermana, esta horrible brecha en su alma?». (151)

Aun así, aconsejó a su amiga, sor Justyna, y a las alumnas que repitieran con frecuencia la jaculatoria: «Jesús, en Ti confío» y una breve oración que Jesús le enseñó en 1933 en Varsovia: «Oh, Sangre y Agua que brotaste del Sagrado Corazón de Jesús, como fuente de misericordia para nosotros, en Ti confío». (152)

en agosto de 1934, sor Faustina supo de la Virgen que iba a sufrir mucho a causa de esa imagen. Ya al día siguiente, el 12 de agosto, enfermó gravemente.

Sor Jolanta Woźniak: «A media tarde, alboroto en casa. Al parecer sor Faustina está completamente rígida; decía que se estaba muriendo y pidió que viniera el confesor». Llevaron a Faustina a la enfermería y llamaron a la doctora Helena Maciejewska y al padre Sopoćko.

Sor Leokadia Drzazga: «No se dio mucho crédito a su enfermedad, pero la doctora declaró que su estado era muy grave y la salvó a base de inyecciones. Fue entonces cuando el padre Sopoćko le dio la unción de enfermos».

Sor Faustina sufría una potente insolación. Faustina estaba moribunda. En el Diario escribió: «De repente me sentí mal, me faltaba la respiración, los ojos a oscuras, siento que los miembros me desfallecen, esta asfixia es horrible. Estos instantes de ahogo se alargan terriblemente… Me viene también un extraño miedo, a pesar de mi confianza (D. 321). (…) Al recibir los últimos sacramentos la mejora fue absoluta. Me quedé sola, duró una media hora, y de nuevo volvió a repetirse el ataque, pero ya no tan fuerte, pues el tratamiento médico lo impidió. Uní mis sufrimientos con los sufrimientos de Jesús y los ofrecí por mí y por la conversión de las almas que no acaban de creer en la bondad de Dios. De repente mi celda se llenó de figuras negras, llenas de maldad y odio hacia mí. Una de ellas dijo: Maldita seas tú y Ese que habita en ti, porque ya hasta en el infierno empiezas a atosigarnos. Yo solo recité: Y el Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros, y estas figuras desaparecieron de inmediato con estruendo» (D. 323).

María Tarnawska opina que este ataque de asfixia causó cambios en la vida espiritual y en la misión de Faustina. Jesús le dijo que la dejaría en la tierra porque, primero, aún no había cumplido su voluntad aquí abajo y, segundo, no estaba preparada para afrontar la muerte igual que Él: «Mientras moría en la Cruz, no pensaba en Mí, sino en los pobres pecadores, y oraba al Padre por ellos. Quiero que tus últimos momentos sean completamente iguales a los míos en la cruz (…). El amor puro comprende estas palabras, el amor carnal no las entenderá nunca» (D. 324). Sor Faustina aprendió la lección. (159)

Comprendió a través de la experiencia de la propia agonía que aún podía en esos instantes ofrecer a Dios una ofrenda por los pecadores. Hasta la fecha había rezado sobre todo por las ánimas del purgatorio. Desde ese momento comenzó a rezar más intensamente por los moribundos, para quienes es el último momento en el que pueden acudir a Dios pidiéndole misericordia. «La conciencia de que hay que apoyar con la oración más, y desde luego no menos, a los moribundos —ya que las ánimas que sufren en el purgatorio ya están salvadas, mientras que para los moribundos es la última oportunidad para conseguir la salvación— no la habíamos visto hasta ahora en Faustina. (p160) de un modo tan señalado. (…) Solo se perfilará en el período de Vilna», concluye María Tarnawska.

Durante otra visión, que seguramente tuvo lugar durante una Misa en noviembre de 1934, sor Faustina vio dos rayos que salían de la Santísima Hostia (…), uno rojo y otro pálido. Se reflejaban en cada una de las hermanas y las alumnas, pero no en todas por igual. En algunas apenas se veían los contornos» (D. 336). En otra ocasión anotó: «Una vez, por la tarde, cuando estaba entrando en mi celda, vi al Señor Jesús expuesto en la custodia, como si estuviera al aire libre. A los pies del Señor Jesús vi a mi confesor, y tras él a un gran número de clérigos (…); luego vi grandes multitudes imposibles de abarcar con la mirada. Vi que salían de la Hostia esos dos rayos que están en la imagen, muy unidos el uno al otro, pero sin mezclarse, y pasaron a manos de mi confesor, y luego a las de los sacerdotes, y de las manos de estos pasaron a las gentes, y volvieron a la Hostia» (D. 344).

Faustina tuvo más visiones de Cristo con el mismo aspecto que en la imagen o con los rayos que salían del Santísimo y se dispersaban por todo el mundo. En ellas, Jesús le indicaba claramente la relación entre la imagen en que se había aparecido a Faustina, y la Eucaristía como fuente de la Misericordia Divina.

Jesús también recordó a la religiosa ese otro deseo que le manifestó por vez primera durante la aparición en Płock —la institución de la fiesta de la Misericordia Divina—.  «Deseo que el primer domingo después de Pascua sea la fiesta de la Misericordia» (D. 299), oyó Faustina en Vilna en 1934. El Señor le aclaró: «Pide a mi siervo fiel que anuncie ese día a todo el mundo mi gran misericordia, que quien ese día acuda a la Fuente de la Vida obtendrá el perdón absoluto de las culpas y de las penas. No encontrará la humanidad la paz hasta que acuda con confianza a mi misericordia. (…) Proclama que la misericordia es el mayor atributo de Dios. Todas las obras de mis manos están coronadas por la misericordia» (D. 300-301). El mandato de anunciar y aclarar la esencia de la Misericordia Divina (p 161)

Faustina. Le dijo que la fiesta de la Misericordia ya existía. Se celebraba el segundo domingo después de Pentecostés y lo había constituido Pío IX en 1855. Por eso Faustina preguntó a Jesús por qué debe hablar al mundo de la fiesta de la Misericordia Divina si esta ya existe. «¿Quién de entre la gente ha oído hablar de ella? —escuchó por respuesta—. Nadie. E incluso quienes deben proclamarla y hablar a las gentes de esta misericordia a veces ellos mismo la desconocen; por eso deseo que esta imagen sea bendecida solemnemente y que se la venere públicamente para que todo el mundo pueda saber de ella» (D. 341), repitió Jesús. (p 161)

En el Sermón de la Montaña Jesús dice que solo los misericordiosos obtendrán misericordia («Benditos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia»). La misericordia ha sido, junto al amor, objeto de reflexión de los más grandes teólogos. Durante siglos hemos repetido con el Doctor Angélico que el amor quiere el bien para el prójimo, mientras que la misericordia desea eliminar el mal que lo aflige. «Entre todas las virtudes que hacen referencia al prójimo la más excelente es la misericordia, porque socorrer las deficiencias del otro, de por sí, es cosa mayor y mejor», escribió Tomás de Aquino. Juan Pablo II, en su encíclica Dives in misericordia, sobre Dios rico en misericordia, expuso esta cuestión de un modo algo distinto. En el obrar la misericordia no veía la eliminación de las faltas, sino el sacar el bien de debajo de las capas de mal, darle valor, elevarlo, devolverle su dignidad. Según este enfoque, la misericordia no contendría en sí la compasión. (p, 162)

Jesús definió claramente en Vilna la misión que había confiado a Faustina: «Tu tarea y obligación es implorar aquí en la tierra la misericordia para el mundo entero. No encontrará alma alguna justificación mientras no acuda con confianza a mi misericordia, y por eso el primer domingo después de Pascua ha de ser la fiesta de la Misericordia y los sacerdotes deben ese día hablar a las almas de esta gran e insondable misericordia mía» (D. 570). (p163)

El deseo de Jesús de que se expusiera el cuadro aún no había sido cumplido, igual que aún no existía la fiesta de la Divina Misericordia, pero ya en febrero de 1935 el Señor le manifestó a Faustina una nueva forma de culto: la difusión de la devoción a la Misericordia. También ligaba a esta forma de piedad promesas para la vida futura y para la temporal. «En la hora de la muerte, trataré según mi infinita misericordia a las almas que se refugien en ella y a aquellas que la hayan alabado y proclamado a los demás» (D. 379). En una aparición posterior, Jesús le dijo a sor Faustina que dichas personas gozarán de su protección ya en vida: «A las almas que propagan la devoción a mi misericordia las protejo durante toda su vida, como una madre cariñosa con su niño recién nacido: y en la hora de la muerte no seré para ellas Juez, sino Salvador misericordioso» (D. 1075). A los presbíteros que den sermones sobre la Misericordia Divina les prometió que serían especialmente eficaces al convertir a las almas: «Di a mis sacerdotes que los pecadores empedernidos se ablandarán al oír sus palabras cuando hablen de mi insondable misericordia, de la compasión que tengo para con ellos en mi Corazón» (D. 1521). (p. 164)

Por su parte, 

Faustina anotó que, cuando el padre Sopoćko comenzó a hablar, «el cuadro tomó vida y los rayos traspasaron los corazones de los que se habían congregado, pero no en igual grado, unos recibían más y otros menos… (…) Entonces escuché estas palabras: Tú eres testigo de mi misericordia, permanecerás por los siglos frente a mi altar como testigo vivo de mi misericordia» (D. 417). Durante el camino de vuelta al convento «toda una multitud de demonios» rodearon a Faustina. La amenazaron con terribles tormentos. « se oyeron unas voces: Nos ha quitado todo por lo que hemos trabajado durante tantos años. Cuando les pregunté: ¿de dónde habéis salido tantos?, esos personajes malignos me  respondieron: De los corazones de los hombres, no nos atormentes» (D. 418). Esta escena se repitió ese mismo día y en los siguientes: veía a Jesús como en la imagen, con los rayos de su Misericordia difundiéndose por todo el mundo. (p167)

Esta fiesta ha salido de las entrañas de mi misericordia y la confirman los abismos de mi compasión. Todo alma que cree y confía en mi misericordia, la alcanzará» (D. 420) —escribió sor Faustina. (p 167)

También le causó impresión lo que leyó en el Diario sobre la agonía del mariscal Piłsudski. Sor Faustina no dice de quién se trata, solo la fecha de su muerte —12 de mayo de 1935— pero por la descripción y por lo que relata el padre Sopoćko queda claro de quién se trata. Escribió la monja: «Entonces vi cierta alma que se estaba separando de su cuerpo en medio de grandes tormentos. Oh, Jesús, cuando lo escribo, todo mi ser se estremece a la vista de todas las atrocidades que testifican en su contra… Vi cómo salían de un abismo pantanoso las almas de niños pequeños y algo más grandes, de unos nueve años; estas almas eran repugnantes y nauseabundas, parecidas a los monstruos más horripilantes, a cadáveres en descomposición, pero estos cadáveres estaban vivos y atestiguaban en voz alta contra esa alma que veo en agonía; y el alma que veo agonizar es un alma que en el mundo había recibido muchos honores y los aplausos, cuyo fin son la vanidad y el pecado. Al final, salió una mujer que tenía como guardadas en un delantal sus lágrimas, y esta atestiguaba con fuerza contra él. Oh, hora fatal, en la que hay que ver los propios actos en toda su desnudez y [miseria]; no desaparecerá ni uno de ellos, nos acompañarán fielmente al juicio de Dios. No hay palabras ni comparaciones que expresen cosas tan terribles, y, aunque me parece que esa alma no está condenada, sus tormentos en nada se diferencian de los tormentos infernales, con la sola diferencia [de que] llegará un momento en que terminen» (D. 425-426). (p.169)

Mientras tanto, Jesús apremiaba a Faustina. Le decía: «[quiero] que la congregación sea fundada cuanto antes y tú vivirás en ella con tus compañeras. Mi espíritu será vuestra regla. (…) Por medio de la oración mediarás entre la tierra y el cielo» (D. 438). Y unos meses después, escuchó: «Tu fin y el de tus compañeras es unirse conmigo lo más estrechamente posible por el amor, reconciliarás la tierra con el cielo, amansarás la justa ira divina e implorarás la misericordia para el mundo» (D. 531). (pag 175)

El perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios es la madurez en la santidad, aquí no hay lugar a dudas. Recibir la luz de Dios, conocer lo que Dios exige de nosotros y no hacerlo es una gran ofensa a la majestad de Dios» (D. 666). (pag 176)

En junio de 1935, Faustina vivió de un modo místico cierto acontecimiento: le traspasó el corazón un rayo de color claro que salió de «esa claridad», como llamaba a Dios Trino. Ocurrió durante la Misa. Primero se le apareció Jesús, luego oyó unas palabras sobre su misión y, cuando llegó la hora de la Comunión, entonces Cristo, «de una belleza inenarrable», desapareció. De esa gran claridad salió un rayo claro, como una flecha, que le traspasó el corazón. «Un extraño fuego se encendió en mi alma; pensé que moría de gozo y felicidad; sentí que el cuerpo se separaba del alma, sentí una total inmersión en Dios». Faustina experimentaba un éxtasis místico: «temblando de felicidad en los brazos del Creador, sentí que Él me sostenía para que pudiera soportar la grandeza de esta felicidad y mirar su majestad. Ahora sé que, si antes no me hubiera fortalecido con su gracia, mi alma no habría soportado esta felicidad y en un instante me habría sobrevenido la muerte». (pág 176) «Terminó la s. Misa, no sé cuándo, pues no estaba en mi poder prestar atención [a lo que] ocurría en la capilla. Sin embargo, cuando volví en mí, sentí la fuerza y el coraje para cumplir la voluntad de Dios. Nada me parecía difícil y, del mismo modo que antes me excusaba ante el Señor, ahora siento la valentía y la fuerza del Señor que hay dentro de mí» (D. 439), Varios meses más tarde, en septiembre de 1935, en un acto de unión mística durante la Misa, comprendió, «más claramente que en cualquier otro momento del pasado, las Tres Personas Divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sin embargo, su esencia es una, como su igualdad y su majestad. (…) Cualquiera que esté unido a una de estas Tres Personas, por este mismo hecho está unido a toda la Santa Trinidad, porque su unidad es indivisible». Faustina subraya, igual que en muchos otros casos, que era incapaz de expresarlo con palabras, pero que «el alma lo comprende bien». Subraya también que lo vio no «con los ojos, como antaño», o sea, durante sus visiones, sino «en mi interior, de un modo puramente espiritual e independiente de los sentidos» (D. 472).

Era viernes, 13 de septiembre por la tarde. Faustina estaba en su celda cuando vio a un ángel que por orden de Dios debía castigar al mundo a causa de los pecados cometidos por los hombres. Rezó fervientemente, pidió que el castigo fuera aplazado, mas sin éxito. Solo cuando comenzó a rezar «con palabras escuchadas en mi interior» advirtió «la impotencia del ángel, que no podía cumplir el justo castigo» por los pecados (D. 475). «Nunca antes había rezado con tanta fuerza interior como entonces». Cuando a la mañana siguiente, 14 de septiembre, entró en la capilla del convento, oyó una voz dentro de sí: «Cuantas veces entres en la capilla, recita enseguida la oración que te enseñé ayer». Después de recitarla, escuchó: «esta oración es para aplacar mi ira». El Señor mandó a Faustina rezar esta nueva oración durante nueve días, instruyéndola exactamente en cómo recitarla con ayuda del rosario. Primero un padrenuestro, un avemaría y un credo, y luego siguiendo las cuentas grandes: «Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero». Con las cuentas pequeñas: «Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero», y al terminar tres veces «Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero» (D. 476).

Jesús ligó al rezo de la coronilla una promesa general y unas cuantas más relativas a la vida eterna y a la terrena. Quienes recen la coronilla y aquellos por quienes sea recitada obtendrán una misericordia especial a la hora de la muerte: «Aunque sea el pecador más empedernido, con que rece una sola vez esta coronilla obtendrá la gracia de mi infinita misericordia» (D. 687), le dijo a sor Faustina en septiembre de 1936, ya en Cracovia. El 12 de diciembre de ese año le aseguró de nuevo que dará la gracia de la conversión a la hora de la muerte a aquellos junto a quienes sea recitada esta oración: «Cuando rezan junto a un agonizante esta coronilla, se aplaca la ira divina y una misericordia insondable llena su alma y se conmueven las entrañas de mi Misericordia» (D. 811). Jesús también asoció al rezo de la coronilla otras gracias para la vida temporal. «A las almas que recen esta coronilla, mi Misericordia las arropará en esta vida» (D. 754), prometió en octubre de 1936, y en diciembre le confirmó: «Oh, ¡qué grandes mercedes concederé a las almas que recen esta coronilla!» (D. 848). También el 28 de enero de 1938: «A quienes recen esta coronilla me complazco en darles todo lo que me pidan» (D. 1541). Pero en mayo de ese año añadió que así será si la petición es conforme con la voluntad divina. Las condiciones básicas para el cumplimiento de estas promesas son la confianza en la Misericordia Divina, la perseverancia en la oración y las obras de misericordia. (p. 178)

El Señor mandó en muchas visiones a Faustina hablar al mundo de la Divina Misericordia y rezar la coronilla. «Es señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de la justicia» (D. 848), le dijo a Faustina el 25 de diciembre de 1936. Otra vez le mandó escribir: «Antes de que venga como justo Juez, vendré como Rey de misericordia. Antes de que llegue el día de la justicia, se les dará a las gentes esta señal en el cielo. Se apagará toda luz en el cielo y habrá una gran oscuridad en toda la tierra. Entonces aparecerá la señal de la cruz en el cielo y de los orificios donde fueron clavadas las manos y los pies del Salvador saldrán grandes luces que iluminarán la tierra durante un tiempo. Esto será poco antes del último día» (D. 83). (178)

La Coronilla a la Divina Misericordia era la cuarta forma de devoción que Jesús manifestó a Faustina —tras el cuadro con el rótulo «Jesús, en Ti confío», la fiesta de la Divina Misericordia y la propagación del culto a la Misericordia—. Algo más tarde, en Cracovia, le revelará una más: la Hora de la Misericordia. (Pag 181)

Sor Ksawera, por otro lado, escribió en una carta a María Winowska que la lectura favorita de sor Faustina era la vida de la Sierva de Dios Benigna Consolata Ferrero. Es una noticia interesante, pues es mucho lo que une a sor Faustina con esta visitandina italiana, fallecida en 1916 a los treinta y un años. No se trata solo de la vida conventual ni de su muerte tan joven. Sor Benigna también llevaba un diario en el que anotaba las apariciones de Jesús. En su orden la llamaban «secretaria de la Misericordia», pues proclamaba —escribe don Henryk Ciereszko— «que Dios es Amor y Misericordia y que espera fe y confianza en su bondad y desea perdonar a los pecadores si acuden a Él con dolor y contrición y sin miedo». En la misma época tuvo unas revelaciones similares Josefina Menéndez, religiosa española de la Congregación de las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, fallecida en 1923, también joven —a los treinta y tres años—. También ella proclamaba que «Dios desea que la gente crea en su Misericordia, que lo esperen todo de su Bondad y nunca duden del perdón divino». Jesús se quejaba de que «el Amor misericordioso de Dios no es apreciado, es olvidado e incluso despreciado», y desea que los hombres, «apreciando ese Amor, se decidan a corresponderlo». Cristo, por mediación de sor Josefina, «asegurándonos su amor misericordioso por los pecadores, llamaba a satisfacer por los pecados del mundo». Este desagravio debe manifestarse en una actitud de «expiación, amor y confianza».

El 23 de marzo de 1937, martes antes de Pascua. Sor Faustina tuvo una visión interna de su canonización. La ceremonia tenía lugar al mismo tiempo en Roma y Łagiewniki. «De repente me inundó la presencia de Dios y me vi a la vez en Roma, en la capilla del Santo Padre, y a la vez estaba en nuestra capilla, y la ceremonia del Santo Padre y de toda la Iglesia estaba estrechamente unida con nuestra capilla, y de un modo particular con nuestra Congregación, y tomé parte al mismo tiempo en la ceremonia de Roma y en la nuestra» (D. 1044), así describió lo que veía, sin comprender cómo era posible. Pero quienes el domingo 30 de abril de 2000 estuvieron en la plaza de San Pedro y en Łagiewniki sí pudieron. Lo hizo posible un puente televisivo. Delante del convento de Łagiewniki fueron colocadas dos pantallas gigantes que retransmitían el curso de la celebración que tenía lugar en el Vaticano y, a la vez, las imágenes de Łagiewniki podían verse también en la plaza de San Pedro, donde también colocaron otras dos pantallas. Así todo lo que ocurría en Łagiewniki se convirtió en parte integral de la retransmisión televisiva de la canonización de Faustina que fue emitida en todo el mundo. Incluso el tiempo ese día era similar en ambas ciudades. En Cracovia, más de setenta mil peregrinos oraban bajo un calor abrasador, poco frecuente en esa época del año. En la plaza de San Pedro había más de ciento cincuenta mil personas, incluyendo varias decenas de miles de polacos, así como numerosos peregrinos de EE.UU., Argentina, México y Filipinas. Allí estaban el primer ministro polaco, Jerzy Buzek —él mismo de confesión protestante (n.d.t.)—, los obispos y el sacerdote Ronald Pytel de Baltimore, cuya curación por intercesión de la beata Faustyny Kowalskiej sirvió de base para la canonización. «La multitud era tan grande que no lograba abarcarla con la vista. Todos tomaban parte en la celebración con gran alegría, y muchos de ellos obtuvieron lo que deseaban» (D. 1044), escribía Faustina en 1937 lo que iba a ocurrir en abril de 2000. Fue la primera vez en la historia de la Iglesia que tenía lugar un acontecimiento de este tipo: la participación simultánea en una Misa de canonización. «De repente, vi a san Pedro que estaba entre el altar y el Santo Padre. Lo que dijo san Pedro no pude escucharlo, pero me di cuenta de que el Santo Padre comprendía sus palabras», describió Faustina lo que vio en el futuro. Juan Pablo II, que presidía la ceremonia de canonización, dijo: «La Divina Providencia unió completamente la vida de esta humilde hija de Polonia a la historia del siglo XX, el siglo que acaba de terminar. (190)

Cierto jueves de agosto de 1936, mientras estaba haciendo la hora santa (una oración de expiación por los pecados desde las nueve a las diez de la noche), sor Faustina, unida místicamente a Dios, conoció el misterio de la institución de la Eucaristía. «En esa hora de oración Jesús me permitió entrar en el Cenáculo», escribió. Para ella lo más impactante fue el momento «en el que Jesús, antes de la consagración, elevó sus ojos al cielo y entró en un misterioso coloquio con su Padre». Faustina no explica el contenido de esta conversación, solo anotó: «Solo en la eternidad comprenderemos debidamente este momento». Se centró en Jesús, cuyos ojos «eran como dos llamas, su rostro radiante, blanco como la nieve, su aspecto majestuoso, su alma llena de nostalgia» por Dios. En ese instante ocurrió algo indescriptible: el ofrecimiento de la víctima. «En el momento de la consagración reposó el amor colmado —el sacrificio plenamente cumplido». Faustina aclara: «Ahora se cumple solo la ceremonia externa, la destrucción externa. La esencia está en el Cenáculo» (D. 684). (194)

En agosto de 1936, Jesús dictó a Faustina el texto de una novena para que la hiciera en privado, pero en diciembre de ese mismo año le pidió otra cosa más: que antes de la fiesta de la Divina Misericordia rezara una novena compuesta de Coronillas a la Misericordia. «Durante esta novena concederé a las almas todo tipo de gracias» (D. 796), le anunció. (195)

En octubre de 1936, sor Faustina visitó el infierno. Al principio de su vida monástica, en 1925, un ángel la llevó al purgatorio y desde entonces comenzó a rezar con más ahínco por las almas que allí se encuentran. Tenía trato con ellas. Ahora la trasladaban al infierno: «Yo, sor Faustina, por mandato divino bajé a los abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el infierno existe», escribió con tono solemne. «Es este un lugar de grandes suplicios (…). Estos son los tipos de tormentos que he visto: el primer tormento en el que consiste el infierno es la pérdida de Dios; el segundo: un continuo remordimiento de conciencia; el tercero: que esta suerte no cambiará jamás; el cuarto tormento: un fuego que traspasa el alma, pero no la aniquila, es un tormento terrible, es un fuego puramente espiritual, encendido en la ira de Dios; el quinto tormento es una oscuridad incesante, un olor horrible y asfixiante, y, aunque todo está a oscuras, los demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todo el mal de los demás y el suyo propio; el sexto tormento es la permanente compañía de Satanás; el séptimo tormento: una desesperación espantosa, el odio a Dios, maldiciones, imprecaciones y blasfemias. Todos estos son tormentos que sufren todos los condenados en común, pero las penas no acaban aquí. Hay tormentos particulares para cada alma, las penas de los sentidos: cada alma es torturada de un modo indescriptible en aquello en lo que pecó». Escribió todo esto por mandato de Dios, para «que ninguna alma se excuse alegando que no hay infierno o que nadie ha estado allí y no sabe cómo es». Luego añadió un comentario característico: «Me di cuenta de una cosa: de que la mayoría de las almas que allí están son las que no creían que hay infierno». Desde ese momento comenzó a rezar con más fervor aún por «la conversión de los pecadores, invoco incesantemente la misericordia de Dios para con ellos» (D. 741). Un poco más adelante, Faustina explica que Dios le da a cada hombre en el instante de su muerte: «un momento de claridad interior que, si el alma quiere, tiene la posibilidad de volver a Dios. Pero a veces las almas son tan empedernidas que eligen voluntariamente el infierno» (D. 1698). (pag 195)

Sor Faustina pasaba por estados místicos, esto es, de unión amorosa con Dios, cada vez más profundos. «Mi trato con Dios es ahora plenamente espiritual; mi alma ha sido tocada por Dios y se sumerge en él hasta olvidarse de sí misma; totalmente embebida de Dios, se hunde en su belleza, se hunde toda en Él —escribió en noviembre de 1936—. 195

No sé cómo describirlo, porque al escribir uso mis sentidos, mientras que allí, en esa unión, los sentidos no sirven, es la fusión de Dios con el alma, es tan grande la vida en Dios a la que el alma es admitida que no se puede expresar con palabras. Cuando el alma vuelve a la vida ordinaria, ve entonces que esta vida es oscuridad, niebla, una somnolienta confusión, como los pañales de un niño pequeño. En esos instantes el alma solo recibe de Dios, porque ella por sí no obra nada, no hace el menor esfuerzo, es Dios quien lo hace todo en ella. (…) Estos momentos son breves, [los de esta unión con Dios, pero] son duraderos; el alma no puede permanecer largo tiempo en ese estado, porque por fuerza se desprendería para siempre de los vínculos del cuerpo, aunque aun así Dios la mantiene milagrosamente con vida. Dios da a conocer al alma claramente cuánto la ama y como si fuera ella el único objeto de su complacencia» (D. 767). En esos instantes, explica una vez más la fuente de su conocimiento de Dios, el alma recibe una luz de conocimiento interior gracias a la cual es instruida acerca «de cosas tales sobre las que ni ha leído en libro alguno ni nadie le ha enseñado. Son instantes de conocimientos internos que el mismo Dios concede al alma. Son grandes misterios…» (D. 1102). (196)

Antes, en mayo de 1937, en la fiesta de la Ascensión del Señor, sor Faustina experimentó una unión tan profunda con Dios que la llamó «éxtasis de amor ininterrumpido». Comenzó como de costumbre: «Hoy desde el amanecer mi alma está tocada por Dios. Después de la comunión estuve tratando con el Padre celestial. Mi alma fue llevada allí donde arde el fuego del amor, comprendí que ninguna obra externa puede compararse con el puro amor de Dios…». Y luego vio «el gozo del Verbo Encarnado» y quedó «sumergida en la Trinidad Divina». Luego escribe: «Cuando volví en mí, la nostalgia inundó mi alma, el anhelo de unirme a Dios. Me inundó un amor tan grande al Padre celestial que todo este día lo considero un éxtasis de amor ininterrumpido». Y apunta aún: «Esta convicción interior por medio de la cual Dios me confirma su amor por mí y lo mucho que se complace en mi alma llena mi alma de un abismo de paz. Ese día no pude tomar alimento alguno, me sentí saciada de amor» (D. 1121). 196

Sor Faustina luchaba por su santidad personal, pero también sabía que así sería útil a la Iglesia: «Veo claramente que no vivo solo para mí misma, sino [para] toda la Iglesia» (D. 1505). Santa Faustina deseó ser santa desde muy pequeña. Por eso, cuando unos años antes, en el noviciado en Łagiewniki, soñó con santa Teresita de Lisieux, a quien tenía devoción, no tuvo reparos en preguntarle si ella también llegaría a santa. «Me respondió que: —Será usted santa, hermana. —Pero, Teresita, ¿seré tan santa como tú, en los altares? Y ella me respondió: —Sí, serás santa tal y como yo, pero debes confiar en el Señor» (D. 150). 198

Padre Józef Andrasz: «Sor Faustina era perfectamente consciente de que esa santidad que deseaba ardientemente y por la que entró en la congregación, no consiste en primer lugar en visiones y apariciones, sino en virtudes fundadas. Por eso aún en el mundo, y sobre todo en la orden, ponía mucho esfuerzo en conseguir virtudes tales como pureza de corazón, humildad, paciencia, diligencia, obediencia, pobreza, mansedumbre, laboriosidad y, sobre todo, el amor a Dios. No pensemos que estas virtudes, y especialmente su alto grado, las consiguió sin esfuerzo. Que ella tenía también sus pecadillos que se le escapaban de cuando en cuando, ya en el hablar o en el trato con el prójimo, o alguna que otra muestra —menuda e involuntaria— de impaciencia, detalles de vanidad o imperfecciones en el trabajo… de eso no cabe duda. Se confesaba de ellos, pedía perdón a Dios sinceramente, pero se levantaba enérgicamente después de esas caídas. Lo menciona en su diario. Y aunque de vez en cuando caía, porque la santidad en la tierra, aun la heroica, no es aún la santidad del cielo, esas faltas eran cada vez menos y cada vez más pequeñas. Por contra, sus virtudes se desarrollaban cada vez más hermosas, cual ramo de bellas flores». 199

Madre Borgia Tichy: «En apariencia callada y tranquila, pero no falta de temperamento, que se dejaba ver con bastante frecuencia. (…) Tenía amor por el prójimo y trataba de ponerlo por obra, pero al mismo tiempo no dejaba que se aprovecharan de ella si no había una necesidad imperiosa que lo exigiera. Cuando juzgaba que su ayuda es necesaria, no la negaba». 200

sor Anna Tokarska, de la Congregación de las Hermanas de San José, que estudió la relación entre las experiencias místicas y la norma psíquica, afirma que todos los místicos tienen una personalidad fuerte y extraordinariamente coherente. Esta es una de las condiciones indispensables para ser místico. 201

En junio de 1937 anotó que durante la s. Misa le fue dado entender que la nueva obra tendría como tres matices. El primero lo constituirán «almas apartadas del mundo» (D. 1155), es decir, personas consagradas que vivirán en conventos e implorarán la misericordia para el mundo entero. En un segundo círculo entrarán personas comprometidas por medio de votos, pero que vivirán en «el mundo egoísta» (D. 1156), esto es, miembros de congregaciones religiosas de laicos. Finalmente, al tercer «matiz» podrán pertenecer todos. «Los miembros de este grupo deben cumplir una obra de misericordia al día por lo menos, y pueden ser muchas, pues cumplir obras de misericordia es algo fácil para cualquiera». Sor Faustina escribe acerca de tres tipos de misericordia: «la palabra misericordiosa: por medio del perdón y el consuelo; segundo: cuando no puedes con la palabra, rezar, y eso es misericordia; tercero: obras de misericordia» (D. 1158). 202

Un més más tarde, en octubre de 1937, Faustina recibió una revelación acerca de la Hora de la Misericordia, que se convirtió luego en parte de la devoción a la Divina Misericordia. El Señor le dijo que la hora de su muerte en la cruz —las tres de la tarde— es «hora de gran misericordia para el mundo». «A las tres, implora mi misericordia, especialmente para con los pecadores y, aunque sea por un breve instante, sumérgete en mi pasión, especialmente en mi abandono en el momento de mi agonía. (…) A esa hora no negaré al alma nada de lo que me pida por los méritos de mi Pasión» (D. 1320), dijo Jesús a Faustina. Como más tarde enunciará don Ignacy Rózycki, para que las peticiones sean escuchadas deben cumplirse tres condiciones: la oración debe tener lugar a las tres de la tarde, debe estar dirigida a Jesús y en las peticiones hay que apelar a los méritos y al valor de la Pasión de Cristo. En una revelación posterior, cuatro meses después, el Señor animará a Faustina a que en la Hora de la Misericordia medite acerca de su Pasión, haga el vía crucis o, si esto no es posible, adore durante unos momentos el Santísimo Sacramento o se ponga a orar allí donde se encuentre a las tres. En esa oración debería impetrar la misericordia para el mundo, y especialmente para los pecadores. Desde entonces, a esa hora, Faustina trataba de dejar sus obligaciones y rezar, si no en la capilla, en algún lugar apartado, cerca de su puesto de trabajo, por ejemplo, en la despensa. A veces la veían allí las alumnas cuando a las tres de la tarde oraba postrada 204

Faustina estaba en un continuo diálogo con Jesús: interno —en su corazón, o durante sus visiones—. También sentía cada vez más con más fuerza los estigmas interiores. No eran visibles, no sangraban como los del Padre Pío o san Francisco. Eran estigmas espirituales, como tenía, por ejemplo, santa Catalina de Siena. En los lugares de las cinco llagas del Señor, sor Faustina sentía intensos dolores, además del dolor de cabeza en el lugar de la corona de espinas. Sufría especialmente los viernes o cuando trataba con personas que no estaban en estado de gracia santificante. Sabía determinar por el tipo de dolor en qué había ofendido a Dios cada uno. De esta manera animaba delicadamente a estas personas a confesarse, a cambiar de vida. 206

Jadwiga Owar, alumna: «Parecía que podía leer todo lo que pasaba dentro del alma. Era imposible mentirle porque al instante advertía la mentira. También a veces llamaba la atención de alguna de las chicas diciéndoles que “ahí dentro hay algo que no anda bien, vendría bien un baño”, o sea, una confesión… Y más de una vez sus amables palabras vencieron la resistencia de las muchachas, que no siempre tenían ganas de acudir a la confesión». 206

Esta situación debió de durar bastante tiempo, ya que el 21 de enero de 1938 Faustina anota: «cuando una puede andar y trabajar, entonces todo va bien y de maravilla, pero, cuando Dios manda una enfermedad, parece como si los amigos fueran menos. (…) Si Dios permite una enfermedad más larga, poco a poco empiezan a abandonarnos hasta los amigos fieles. Nos visitan con menos frecuencia y muchas veces sus visitas son  causa de dolor. En vez de consolarnos, nos reprochan algunas cosas que causan mucho sufrimiento…». Y continúa con tristeza: «Cuando Dios no da ni la muerte, ni la salud, y eso dura años, quienes nos rodean se acostumbran y les parece que uno no está enfermo.

Entonces comienza un continuo martirio silencioso (D. 1509). Solo Dios sabe cuántos sacrificios hace el alma. Cuando una tarde me sentí tan mal que me pregunté cómo iba a llegar a la celda, entonces me encuentro con la hermana asistente que le estaba diciendo a una de las hermanas directores que fuera a la puerta con cierto encargo, pero cuando me vio, le dice: no, no vaya usted, hermana, irá sor Faustina porque llueve mucho. Le respondí que sí; fui y cumplí el encargo, pero solo Dios lo conoce. (…) A veces parece que las hermanas del segundo coro son de piedra, pero también son seres humanos, tienen corazón y sentimientos…» (D. 1510). 208

El 12 de diciembre. Ese día la visitó sor Felicja Zakowiecka, que le trajo del convento unas cuantas cositas que le hacían falta. La fecha es importante, pues Faustina anotó que ese día rezó por primera vez la Corinilla a la Divina Misericordia junto a un moribundo y que Jesús le dio a entender que esa persona alcanzó misericordia. La agonía de esa persona, cuyos datos personales desconocemos, comenzó el 11 de diciembre. Sor Faustina escribió: «Por la noche fui despertada y supe que un alma me pedía oración y que estaba [en] gran necesidad de plegarias. Durante un tiempo muy breve, pero con toda el alma, pedí al Señor la gracia para ella (D. 809). Al día siguiente, ya pasadas las doce, cuando entré en la sala, vi a una persona moribunda y me enteré de que la agonía había comenzado por la noche» (D. 810), anota. 216

Ocurrió en el mismo momento en que, en su interior, le fueron pedidas plegarias. «De repente, escuché en mi alma una voz: “Reza la coronilla que te enseñé”. Corrí a buscar el rosario y me arrodillé junto a la moribunda, y empecé a recitar con todo el fervor de mi espíritu la coronilla. De repente, la agonizante abrió los ojos y me miró, no alcancé a rezar toda la coronilla y ella ya había fallecido con una extraña serenidad. Pedí ardientemente al Señor que cumpliera la promesa que me dio por rezar esta coronilla. Me dio a entender el Señor que esa alma recibió la gracia que el Señor me había prometido». (216). Faustina añade aún: «Esta alma fue la primera que alcanzó la promesa del Señor. Sentí que la fuerza de la misericordia cubría aquella alma» (D. 810). 216

Mientras volvía de la sala general a su habitación escuchó dentro de sí: «Defenderé como mi gloria a la hora de su muerte a toda alma que rece esta coronilla y al agonizante junto al que otros la recen, obtendrán estos la misma indulgencia. Cuando rezan esta coronilla junto a un moribundo se aplaca la ira divina, una insondable misericordia envuelve al alma y se conmueven las entrañas de mi misericordia por la dolorosa Pasión de mi Hijo» (D. 811).

A partir de ese momento, sor Faustina volvió a sentir con frecuencia algo parecido, conocía internamente que alguien estaba muriendo y le pedía oración. «Siento ese espíritu que me pide oración, de un modo vivo y claro. No sabía que existía una unión así con las almas, y eso que mi Ángel de la guarda me lo había dicho tantas veces» (D. 828), apuntó. En otra ocasión explica: «Mi visión es puramente espiritual, por una luz súbita que Dios me concede en ese momento».217

Así, desvelada en medio de la noche, se ponía a rezar por los moribundos y por la mañana se enteraba de que a esa hora alguien había comenzado a agonizar. «Tengo reloj y miro la hora que es; al día siguiente, cuando me hablan de la muerte de esa persona, pregunto por la hora, que concuerda totalmente, también respecto [a la] agonía» (D. 835). Rezaba la coronilla hasta el momento de la muerte de la persona en cuestión o durante un tiempo más breve, cuando sentía paz en el alma. Imploraba para los moribundos confianza en la Misericordia Divina. Pedía para ellos la gracia de la salvación. «La Misericordia Divina alcanza a veces al pecador en el último momento, de un modo extraño y misterioso», anotaba. «Por fuera vemos como si todo estuviera ya perdido, pero no es así; el alma, iluminada por un rayo de la poderosa y última gracia divina, se dirige a Dios en el último momento con tanta fuerza de amor que en un instante obtiene de Dios [el perdón] de las culpas y de las penas, sin darnos externamente ninguna señal de arrepentimiento o de contrición, pues ya no reacciona a las cosas de fuera. Oh, qué inescrutable es la misericordia divina», escribía. «Pero —¡qué horror!— también hay almas que voluntaria y conscientemente rechazan esta gracia y la desprecian; aunque en la misma agonía Dios misericordioso da al alma este momento de claridad interior que, si el alma quiere, tiene la posibilidad de volver a Dios. Pero a veces las almas son tan enormemente empedernidas que eligen conscientemente el infierno» (D. 1698).217

A veces no podía levantarse durante varios días, además de que el médico se lo prohibía. Pero no le faltaban los sacramentos. Cuando al cuarto día de llegar al hospital se echaba en cara que llevaba tres semanas sin acudir a la confesión, por diversas circunstancias, apareció en su habitación el padre Andrasz. «Al principio no dijo ni palabra. Me alegré inmensamente, porque tenía muchos deseos de confesarme. Le desvelé totalmente mi alma, como siempre. El padre dio respuesta hasta a la más pequeña cuestión. Me sentí extrañamente feliz de haber podido contarlo todo (…). De repente una gran claridad comenzó a emanar de su figura y vi que no era el padre Andrasz, sino Jesús. Sus vestiduras eran claras como la nieve, y enseguida desapareció» (D. 817). 218

Desde el momento de su matrimonio místico, Faustina permanecerá en unión amorosa con Dios, como en un éxtasis continuo que ningún acontecimiento del mundo exterior podrá perturbar. Su alma ya no pasará por angustia, ansiedad, sequedad ni sufrimiento amoroso. Nada le hará perder la paz interior, cuya fuente es la «posesión» de Dios. 222

El último año de su vida escuchó interiormente estas palabras de Jesús: «He amado Polonia de modo particular, y si es obediente a la voluntad de Dios la enalteceré en poder y santidad. De ella saldrá la chispa que preparará el mundo para mi última venida» (D. 1732). Estas palabras han sido interpretadas de modos muy diversos. Hoy quizá ya no queda lugar a dudas de que esta «chispa» es el mensaje de la misericordia divina. 223

A principios de junio de 1938, antes de Pentecostés, Faustina hizo el último retiro de su vida. Duró tres días. Se lo dirigió el mismo Jesús. Le daba a leer fragmentos del Evangelio y temas para la meditación y le predicó conferencias sobre lucha espiritual, sacrificio y oración y misericordia cuyo contenido iba anotando. EL primer día Jesús la instruyó, o más bien le recordó, cómo superar las dificultades cotidianas («Nunca  confíes en ti misma, abandónate a mi voluntad» [Dz. 1760]); el segundo día, sobre cómo había de salvar las almas de los pecadores («Quiero verte como ofrenda de amor vivo, que solo entonces tiene poder ante Mí. (…) Todo su poder [del sacrificio — n.d.r.] está encerrado en la voluntad» [D. 1767]); el tercer día le recordó el carácter de su misión («Deseo que tu corazón [sea] la sede de mi Misericordia. Deseo que esta misericordia se vierta sobre el mundo entero a través de tu corazón» [D. 1777]). 224

Una de las últimas notas del Diario estaba referida al don de la bilocación. Jesús informó a Faustina de que iría a ver a un pecador agonizante que estaba muriendo en la desesperación. Debía rezar la coronilla, por medio de la que obtendrá para él la confianza. «De repente me encontré en una cabaña desconocida para mí donde, entre terribles tormentos, moría un hombre ya avanzado en años. Alrededor del lecho había  un montón de diablos y estaba la familia llorando. Cuando empecé a rezar se dispersaron los espíritus de la oscuridad con silbidos y amenazas dirigidas a mí; esa alma se tranquilizó y descansó en Dios llena de confianza. En ese mismo instante me encontré en mi habitación. Cómo sucede esto, no lo sé» (D. 1798).

Don Michał Sopoćko: «Esta respuesta estremeció mi espíritu porque sor Faustina no sabía de estos pensamientos míos durante la s. Misa». Faustina sí le dijo, en cambio, unas cuantas cosas importantes por las que debía guiarse en el futuro. Sobre todo no debía perder el ánimo en la propagación del culto de la Divina Misericordia, sino luchar para que fuera instituida la fiesta en el primer domingo después de Pascua. Le predijo detalladamente que a causa de esta empresa encontrará numerosísimas dificultades e incluso persecuciones, pero que no podía dejar de difundir el mensaje de la misericordia. «El mundo ya no existirá mucho tiempo y Dios quiere antes de su fin conceder su gracia a la gente para que nadie pueda excusarse en el juicio alegando que no sabía de la bondad divina y no había oído hablar de su misericordia», dijo Faustina al padre Sopoćko. 227

Sor Faustina, que al principio había luchado en su interior al recibir la tarea de crear la nueva congregación, y luego había trabajado activamente para que se realizara, comprendió al final de su vida cuál había de ser su papel. María Tarnawska observa acertadamente que Jesús, que había exigido de Faustina tan gran sacrificio como era el abandono de su orden para fundar la nueva congregación, no permitió que eso ocurriera. «No era la obra lo que deseaba, sino la disposición a ella». Faustina escribió cierto día en el Diario: «No la grandeza de las obras, sino la grandeza del esfuerzo será premiada. No es pequeño lo que se cumple con amor» (D. 1310). 227

Después de la Misa, el cortejo fúnebre, que conducía el padre Czaputa, se dirigió al cementerio del convento, detrás de la huerta. Las monjas llevaron sobre sus hombros el féretro con el cuerpo de Faustina. Lo depositaron en un sepulcro común. No había nadie de la familia de Helena-Faustina Kowalska. Faustina no quiso avisar a sus familiares de su entierro a causa del coste del viaje. Pero su hermana, Natalia Grzelak, que vivía en Łódź, supo que Helena-Faustina había fallecido antes de que le llegara la noticia desde Łagiewniki. Era de noche cuando Natalia vio a su hermana en su propia habitación. «Blanquita como una oblea, tan delgada, con las manos cruzadas. Y me dijo así: “Vengo a despedirme de ti, pues me voy. Queda con Dios. No llores, no debes llorar”. Me besó en la mejilla y yo no pude ni decir palabra, solo apreté mi cabeza contra la almohada. Cuando se fue, empecé a llorar (…). Entonces se volvió a abrir la puerta y mi hermana apareció delante de ella, tan blanca, y me dice: “Te he pedido que no llores y lloras. No hay que llorar, te lo pido: ¡no llores!”». Por la mañana Natalia fue con su marido a Głogowiec. «Llegué a la aldea y todo era un llanto, ya había llegado la noticia de que Faustina había muerto». 232


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